El inicio de una relación de pareja viene marcado por el enamoramiento, con todo lo que eso conlleva: la persona se centra en el otro, trata de agradarle, quiere conocer todos los detalles de su vida y hasta el más pequeño detalle lo magnifica pareciéndole encantador.
Si la pareja es impuntual, si es desordenada, si habla demasiado alto, si siempre habla de los mismos temas, no es visto por la otra persona como defectos, está demasiado cegada por el halo de la perfección que no puede ver más allá en la realidad de la persona.
Cuando llega la rutina, la pareja se consolida, cada uno está seguro en su posición, comienza un proceso de vuelta a la realidad: la persona deja de "vivir por y para la otra persona" y trata de ser persona con una persona a su lado que le complemente y, si es posible, no le caliente demasiado la cabeza.
Las llamadas de atención, de forma cariñosa sobre determinadas costumbres molestas, como las descritas anteriormente, no han servido para nada, y la persona comienza a sentirse frustrada, y a elevar el tono de voz o ser más agria cuando intenta modificar esos comportamientos: surge un proceso de reforzamiento negativo, en el cual la persona castiga verbalmente a su pareja, o en otras ocasiones se limita a ignorarle (que es otra forma de castigo) o incluso empieza a utilizar las relaciones sexuales como reforzador de la relación (si te portas bien nos vamos a la cama, si estoy enfadado, no).
Este es un momento de replantearse la relación bajo otras formas de actuar. Afortunadamente el enamoramiento ciego no dura para siempre, y hay que buscar fórmulas de solución de problemas maduras: el diálogo, el respeto, la comprensión.
Para ello algunas parejas necesitan acudir a terapia, ya que se han instaurado en un sistema de comunicación basado en gritarse, no respetar el turno de palabra, estar pendiente de los fallos del otro, guardar las cuentas pendientes...
En terapia de pareja lo primero que se aprende es a expresar las propias emociones, a hablar en primera persona sobre los sentimientos y emociones, y a evitar especular sobre los sentimientos o intenciones del otro. Con esta base se comienza un programa de modificación de conductas disruptivas por ambas partes de forma lúdica, relajada, que suele dar mejores frutos que vivir en un estado de disconfort permanente.